La cosa, como las grandes historias, las grandes novelas y los grandes novelones, podría resumirse en una frase: vi el zapato volar sobre mí y me
decidí a cambiar de vida. Bueno, sí, sé que son dos frases, dos oraciones simples
coordinadas por una conjunción copulativa, y, pero quedemos en que es sólo una.
Yo, no es por presumir, pero siempre he sido de sacar sobresalientes en Lengua y Literatura. Hasta el más reciente inmigrante sin papeles llegado a mi pueblo, Pozo Alcón
(provincia de Jaén), lo sabe.
Aunque a lo que iba, que me pierdo…
El miércoles pasado pasará a los anales de mi biografía como el punto súper álgido que puede resumirse en una sola frase. Si alguna vez hacen mi
biopic sobre mi vida se verá claramente que el comienzo de mi madurez y adultez
empezó ahí, aunque yo siempre haya sido bastante maduro para mi edad, tal y como
dice mi tía abuela Modesta. El miércoles pasado fue, como bien
sabéis, el del aluvión, el de la frase, en el que intuí firmemente la envidia
que en España despierta la clase, la transgresión y el buen gusto. El jueves fue cuando ya lo supe completamente, cuando mis carnes lo asumieron,
cuando los poros de mi cuerpo chuparon esta verdad.
Como os estaréis imaginándo, lo único que yo
quería hacer ese día era meterme bajo una piedra y no salir. Pero como no
podía, me puse los cascos a súper todísima hostia y canté alrededor de unas
cuarenta y siete veces seguidas y a
grito peláo y sin poderme oír la última de Madonna. Cuando ya notaba mi piel más tersa de haberme purgado el estrés, me puse una camiseta
nueva que me acabo de hacer (y que, ¡putadón!, me dejé en Madrid) con el cartel de la última
campaña de Pé (yo soy muy de Pé, que lo sepáis, y ahora mucho más: los dos somos almas incomprendidas en nuestra patria) y me cogí el bolso de Loewe con
el que remuneraron mi aportación a la historia de la publicidad en mi país. Si
alguna vez estáis de bajón, os recomiendo que os compréis un buen bolso de
piel. Es lo mejor. Incluso teniendo que entramparos con un amigo o pedir dinero
en el metro disfrazado/a de rumano/a con dientes de oro. No hay nada como el
tacto de la piel en la mano, su tersura y su olor para saber que la vida merece
la pena.
Bajábamos mi bolso y yo por Fuencarral calle, que no pueblo; miraba al frente, ensimismado y canturreando por cincuentonovena vez a la
Ciccone cuando una sombra rápida me sobrevoló. Fue tan rapidísima que yo,
fijáos mi inocencia, imaginé que era Batman. No me faltaron ni tres segundos
para salir de mi error porque el zapato chocó contra la pared y cayó al suelo.
Me giré a la derecha y los vi allí, señalándome con el dedo, gritándome y
riéndose. Fue en ese momento
cuando decidí que me merecía otra cosa y que tenía que huir de un país como España. Ése es el momento
que se podría resumir con una sola frase, pero ¿dónde coño se ha leído un blog
con un post de una sola frase?
1 comentario:
Qué tragedia la tuya...
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